Nuestro hijo está a punto de entrar en clase. Está en la fila con el resto de su clase. Todos los niños están bien peinados: llevan el pelo engominado, con trenzas elaboradas o bonitos pirris. Parece que la ropa ha sido preparada con esmero la noche de antes para que todo combine entre sí. Tú te esperas a que tu pequeño entre en el colegio. Estás con las otras madres y piensas que algunas se han peinado rápidamente con una coleta o que otras se han vestido con lo primero que han encontrado en el armario.
Cuando tenemos un hijo es habitual que pase a ser el centro de nuestra vida, que se convierta en una de nuestras mayores preocupaciones. Cuando lo dejamos en el colegio solemos preguntarnos si estará bien, si jugará con sus amigos o si hará todas las tareas. Son preocupaciones que nos rondan a todas horas por la cabeza. Incluso si nos incorporamos al trabajo a los pocos meses dar a luz, muchas mujeres creemos que somos egoístas o malas madres por pensar más en nosotras que en nuestro bebé. La forma en que educamos a nuestro hijo también nos inquieta: ¿Le estamos inculcando unos buenos valores para que sea buena persona? ¿Le exigimos suficiente para que en un futuro sea lo más competente posible o realmente lo estamos saturando con tanta actividad extra?
Estos sentimientos de culpa nos invaden a las mujeres y, en cambio, escasas veces acomplejan a los hombres, porque la responsabilidad de la crianza suele caer sobre la mujer. El sentimiento de culpabilidad parece que va asociado a la maternidad y que es difícil separarnos de él: siempre hay algo por lo que sentirnos culpable, por muy insignificante que sea.
Pero la realidad es que no podemos relegar nuestra rutina, trabajo y hobbies a un segundo plano. Un hijo quiere y necesita tiempo con sus padres. No importa si mientras estás con él aprovechas para dar una paseo agradable, tomarte un café en una terraza con las amigas, hacer deporte, darte una sesión de belleza en la pelu o simplemente disfrutar de algo de música, porque nuestros pequeños lo que quieren es estar con sus padres y podemos disfrutar con ellos de esos ratitos de una forma diferente. Al final para nuestros pequeños no son más que oportunidades para pasarlo bien y aprender siempre que estemos a su lado. Así que deja de sentirte culpable y no renuncies a tu felicidad, porque de la nuestra depende la suya.